¿Orgullo o dignidad?

>> jueves, 20 de agosto de 2009

Este año se cumplen cuarenta años de aquella histórica madrugada del 28 de junio de 1969, cuando la policía irrumpió en el “Stonewall Inn”, lo que ya desde entonces era conocido como un “bar gay” o “lugar de ambiente”, en el que un grupo de gays y lesbianas se encontraban conmemorando el funeral de Judy Garland, un icono del mundo gay. Hasta ese día gays y lesbianas decidieron dejar de padecer estoicamente los atropellos de que eran víctimas por parte de la policía, e hicieron frente a las tropelías de los uniformados, llegando a darse una verdadera batalla entre bando y bando.

Muchas personas apoyaron a los gays y lesbianas implicados en aquella situación, lanzándole piedras y monedas a la policía. El director de aquella redada en Howard Pine, dijo: «He estado en situaciones de combate anteriormente, pero nunca he tenido tanto miedo como en ese entonces...los homosexuales solían ser personas muy dóciles y calladas. Pero esa noche, no». Fue este el contexto de origen de lo que luego se conoció como “día del orgullo gay”. Desde entonces hasta ahora –y a lo largo de todo el mes de junio- en distintas partes del mundo se llevan a cabo eventos a través de los cuales las personas diverso-sexuales deciden hacerse visible a la sociedad.

En la actualidad no se habla de “día del orgullo gay”, siendo que la palabra “gay” es asociada con los homosexuales varones. Más bien se ha preferido la expresión “día de la diversidad sexual”, como la que incluye a gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y transgéneros. Independientemente del nombre, lo importante es que se trata de unas manifestaciones muy vistosas con las que las personas diverso-sexuales quieren hacerse visibles a una sociedad que, aunque plural en muchas manifestaciones, es reacia a admitir el hecho de la diversidad sexual como lo que es: un hecho en sí. Esta resistencia explica el por qué las manifestaciones de la diversidad sexual en este mes, son objeto de críticas, censuras y hasta prohibiciones gubernamentales. Sea como sea y muy a pesar de las limitaciones objetivas de estas manifestaciones, lo cierto es que si los negros y las mujeres no hubieran decidido hacerse visibles en una sociedad racista y machista, todavía estuviéramos padeciendo la vergüenza que significaba las discriminaciones raciales y de género. Esperemos que un día la civilización de un paso al frente y asistamos al pleno reconocimiento de los derechos de las personas diverso-sexuales.

Ahora bien, se me sugiere una pregunta y sólo una pregunta: ¿Orgullo o dignidad? Es evidente que cada cual optará por alguna de las dos posibilidades, esgrimiendo argumentos irrefutables; pero me inclino mucho más por la segunda opción: dignidad. No creo que tener una orientación sexual diversa a la del común sea motivo de orgullo para nadie, pero tampoco -¡ni mas faltaba- un motivo de vergüenza. La orientación sexual no es objeto de elección, razón por la cual no puede ser objeto de imputabilidad moral o legal. Una orientación sexual tampoco es una enfermedad. Ya estamos lejos de los días en los que la Sociedad Americana de Psiquiatría excluyó la homosexualidad del catálogo de enfermedades mentales, a despecho de no pocos pseudo científicos religiosos, que se resisten a reconocer el estatuto autónomo de la ciencia para dar sus veredictos, independientemente de la religión.

Creo, pues, que una persona sexo-diversa nunca debe perder de vista su dignidad. Su orientación sexual no la sitúa en un plano de inferioridad y desprestigio frente a las personas que se identifican como “normales”, perdiendo de vista que una cosa es “lo normal” y otra muy distinta “lo común”. Que un hombre se sienta atraído por una mujer y viceversa, no es “lo normal”; es más bien “lo común”, aquello a lo que estamos acostumbrados, por ser lo más frecuente.

Gracias a Dios, a la ciencia, a la fuerza de la razón y a la elocuencia de los argumentos, el mundo contemporáneo se va sensibilizando progresivamente ante el hecho de la diversidad sexual. Gracias al sacrificio, la abnegación y la disciplina de la comunidad diverso-sexual organizada, así como de personas individuales e instituciones, se va venciendo la resistencia a aceptar la diversidad sexual.

Y termino estas notas reseñando una anécdota ocurrida en el contexto de un foro sobre la homosexualidad. Con una vehemencia poco inteligente, uno de los participantes, que se preciaba de ser un “macho heterosexual”, vociferó, dirigiéndose a los presentes: “Señores, es que el culo se hizo para cagar, no para ser penetrado”. Aquel argumento parecía irrebatible. Pero la permanencia de ese argumento duró lo que tardó en intervenir un homosexual, con un donaire más bien sereno: “Señores –espetó a los presentes-, ¿para qué se hizo la boca?” Comenzaron a llover las respuestas: “Para comer”, dijeron algunos. “Para hablar”, dijeron otros. Concluyó el homosexual: “¿Ninguno de Ustedes ha sido besado en la boca o ha besado a alguien en la boca? La boca se hizo para comer y para hablar, pero no para besar. ¿Antinatural por eso?



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